En el porfiriato, el poder y los recursos económicos tendieron a centralizarse a costa de las
autonomías locales y estatales. La antigua base municipal de la educación fue erosionándose
por la supresión de las alcabalas. La falta de recursos locales y nacionales dificultaron
el desarrollo de un sistema nacional y unitario de educación pública (Martínez, 1992: 107-113).
Durante el porfiriato la educación continuó siendo un sistema pequeño y de lenta expansión. De
1878 a 1990, se registró una tasa de crecimiento anual de la escolaridad por cada 1,000 habitantes de
3.2%. En una segunda fase, de 1900 a 1907, el ritmo disminuyó para situarse en una tasa de 2.7%. Según
datos aproximados, la tasa de escolaridad efectiva (relación entre la matrícula y la población de 5 a 15
años) era de 23%. Entre 1878 y 1907 sólo surgieron alrededor de 162 escuelas, un crecimiento de 2%
en 30 años (Martínez, 1992: 132).
En la administración porfiriana aparecieron en pocas ciudades y en número muy pequeño los
primeros jardines de niños. La educación primaria sólo llegó a las ciudades importantes, atendiendo
principalmente a una porción de las clases medias urbanas y semiurbanas. En cambio, la educación
superior recibió mayor atención: la escuela preparatoria surgió en todos los estados del país, los
institutos científicos y literarios se multiplicaron y sus contenidos y equipos didácticos mejoraron. En casi
todos los estados se contó con escuelas normales, en algunos se desarrolló la educación artística y, al
final del periodo (1910), se creó la Universidad Nacional.